A Camps le han puesto su traje a medida por corrupción, por posturas no explicadas, por situaciones silenciadas, por cobardías miserables, por aspiraciones no confesables. La comunidad valenciana tiene un serio problema. No entro a juzgar ni prejuzgar la situación de su presidente. Pero ahí está lo que está y no puede ser ignorado. Entiendo que el propio Camps guarde silencio. Entiendo que no se autoinculpe. Entiendo que trate de obviar la justicia. Pero no entiendo al Partido Popular y sobre todo me pregunto por el silencio hiriente de Rajoy. Los ciudadanos, que no vasallos, tenemos derecho a saber lo que piensa el presidente de un partido que aspira a gobernar y que probablemente gobierne a partir de las próximas elecciones generales. ¿Aprueba Rajoy la corrupción o la condena? La pregunta es dura, pero hay derecho a hacerla porque no está respondida con claridad. Si la condena, no tiene explicación su silencio. Y si la aprueba no es digno de aspirar a la presidencia del gobierno de España. No condenar la corrupción no puede ser una táctica ni una estrategia. Es sencillamente otra forma de corrupción. Ese silencio de piedra por parte de los cuadros dirigentes del PP. y sobre todo de su presidente, hiere la democracia porque es una actitud más corrupta que la del propio Camps. Camps tiene derecho a guardar silencio. Rajoy, no.
Rajoy oculta su programa de gobierno, sus soluciones económicas, su política de creación de empleo, su actitud frente a los mercados y la postura de la Unión Europea. Se limita a un diagnóstico, frecuentemente falseado, sobre la situación española, colaborando conscientemente a su hundimiento (es un fiel discípulo de Aznar) y expone sus ansias de Moncloa cueste lo que cueste. Hablar de estrategias, crecidas a la sombra del silencio, es convertirse en cómplice y hacer de las tácticas otro tipo de delincuencia.
Hace tiempo que dejamos de ser súbditos. Nuestra categoría de ciudadanos nos da derecho a exigir claridad sobre temas esenciales de una democracia madura. Camps ha sido reelegido por amplia mayoría en las últimas elecciones autonómicas. Pero las urnas no absuelven los pecados graves de un gobernante. Es el argumento zafio de Ana Mato.
La democracia es palabra respaldada de sinceridad. El silencio cómplice es una arma dictatorial de la que nos libramos hace tiempo.
Jesús Miravalles Gil
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