3 de noviembre de 2011

LA SUBASTA: Cuento

Erase una vez un hombre extremadamente rico que poseía una gran colección de obras de arte. La colección, que incluía algunas de las más destacadas obras de los grandes maestros, tenia un valor incalculable. Por ello, era la envidia de muchos coleccionistas y aficionados al arte. El dueño de la colección compartia la pasión por el arte con su hijo, a quien quería con locura.
Juntos, padre e hijo, disfrutaban de los tesoros que colgaban de las paredes de su casa. Un día estalló la guerra y el hijo fue llamado a filas, al cabo de unas semanas, el hombre recibió un telegrama urgente en el que se le comunicaba que su hijo había muerto en combate. Destrozado, lloró la muerte de su querido hijo en soledad y en silencio. Era como si su tristeza no conociera limites.
Varios meses después, alguien tocó a la puerta del coleccionista, al abrir, se encontró con un hombre joven que llevaba un pequeño paquete debajo del brazo. Usted no me conoce le dijo el joven.- Yo era amigo de su hijo. Estábamos destinados en la misma unidad y estuve con él cuando murió. Su hijo se jugó la vida por salvarme el pellejo.... La verdad es que su hijo salvó muchas vidas ese día. A mi me estaba llevando a un lugar seguro cuando le alcanzo la bala. Nos habíamos hecho muy buenos amigos y antes de que muriera le hice este pequeño retrato. Como ve, no soy lo que se dice un artista, pero quería que usted se quedara con el dibujo.
El padre permaneció callado durante mucho tiempo, mirando fijamente a los ojos de su hijo, tal y como los había dibujado el soldado. Al hombre se le llenaron los ojos de lágrimas. Enseguida le agradeció al soldado su gesto y se ofreció a pagarle por su dibujo.
-No, por Dios, no podría aceptarlo, es un regalo. Le estaré siempre agradecido a su hijo por salvarme la vida. Desgraciadamente no puedo devolvérsela....Así que le pido que se quede con el retrato, es lo mínimo que puedo hacer.
Yasi fue. El hombre colgó el retrato sobre la chimenea, para que todos pudieran contemplarlo. Lo cuidó con mucho más mimo que el resto de sus obras y siempre era el primer cuadro que mostraba a los visitantes cuando acudían a ver su colección. Poco después de la visita del soldado, el anciano cayó enfermo y murió. Su colección de arte salió entonces a subasta, coleccionistas de arte de todo el mundo se dieron cita en la sala de subastas de la ciudad, entusiasmados por la idea de poder hacerse con una de las valoradisimas obras. Comenzó la puja y el subastador mostró el primer cuadro. Se trataba del retrato del hijo del difunto dueño de la colección, cuyo autor era un soldado desconocido.
Muy bien, señores, comencemos.¿Cuánto ofrecen por este retrato?
Se hizo el silencio, aunque enseguida empezaron a oírse susurros en la sala. Por fin, un hombre se dirigió al subastador en nombre de un grupo de inversionistas.-Venga, dejemonos de rollos. Al fin y al cabo, ¿a quién le importa ese mal retrato? Hemos venido aquí para comprar obras de arte.¿ Porqué no pasamos al siguiente cuadro?. Pero el subastador no estaba dispuesto a ceder ante la desfachatez de aquellos coleccionista.
-Lo siento-exclamó-pero me limito a cumplir órdenes. El difunto propietario insistió en que el retrato de su hijo debía ser el primero en salir a subasta y así debe ser. Así que comencemos.¿Quién ofrece diez libras por el retrato del hijo?-Diez libras por ese retrato-afirmó el jardinero, que no tenia ni un penique más.-Diez libras a la una, a las dos, a las tres....¡Vendido! Vendido por diez libras al señor del fondo-exclamó el subastador, adjudicado el retrato al jardinero, que había sido el único interesado en comprar el cuadro.
Al oír el mazazo sobre la mesa de subastas, los coleccionistas se sintieron aliviados. Ahora, por fin, podrían pujar por las auténticas obras de arte. Sin embargo, para sorpresa de todos, el subastador anunció: Con esto, doy por finalizada la subasta. De alcuerdo con lo expresado por el propietario de la colección antes de morir, la totalidad de su colección de arte y el resto de sus propiedades irán a parar al comprador del retrato de su hijo. En consecuencia, es mi deber anunciar que el señor del fondo de la sala que acaba de comprar el retrato del hijo es ahora el nuevo propietario de los bienes del difunto coleccionista.
                     Anónimo
HORUS

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