La glándula pineal es una glándula endócrina que yace entre los dos hemisferios cerebrales, a la altura del entrecejo. Aunque no se conoce bien a bien su funcionamiento –hasta hace poco más de 50 años se pensaba que era un excedente de la evolución sin una función determinada, acaso solamente el centro de numerosas especulaciones. Hoy sabemos que por lo menos produce melatonina, una hormona cuya producción se ve afectada por la luz. La oscuridad, por ejemplo, hace que se secrete melatonina –y es por esto que nos es más fácil dormir en la oscuridad (pero en realidad diferentes longitudes de onda de luz hacen que se secrete melatonina en diferentes frecuencias). Esta hormona juega un papel también en el trastorno afectivo estacional (“la depresión invernal”); interactúa con el sistema inmunológico, tiene propiedades de antienvejecimiento y sirve como antioxidante.
Si bien es importante recalcar que para la ciencia actual la glándula pineal es todavía una región relativamente inexplorada, sabemos que contiene vestigios de una retina y parece operar como transductor magnético. Las células pinealocitas en muchos vertebrados no-mamíferos son similares a las células de la retina (algunos reptiles cuentan con un tercer ojo parietal fotosensible que les permite usar al Sol como compás; las aves son capaces de “ver” el campo magnético a través de fotorecpetores que se encuentran en la glándula pineal ). Algunos científicos creen que las células pineales en todos los vertebrados comparten un ancestro evolutivo en común con las células retinales (no es quizás casualidad que la glándula pineal históricamente sea identificada con “el tercer ojo” o con un ojo dormido, literalmente parece que es un tercer ojo dormido).
Aunque las producción de melatonina en la glándula pineal podría estar determinada por una conexión con los nervios ópticos, es interesante explorar la posibilidad de que esta pequeña glándula en forma de cono de pino tenga, en sí misma, una cierta capacidad fotoreceptora y magnetorecpetora. Recientemente se ha descubierto la presencia de minerales ferromagnéticos (es decir que pueden actuar como magnetos) en la glándula pineal. Un estudio realizado en la Universidad de Ben Gurion, en Israel, encontró la presencia de microcristales de calcita en la glándula pineal. Los autores del estudio señalan que “estos cristales podrían ser responsables de una transducción biológica electromagnética”, lo que es sugerido por su “estructura y propiedades piezoeléctricas”. ¿Son estos minerales los que interactúan con los campos geomagnéticos producidos por la lluvia de fotones del Sol que choca con la atmósfera de la Tierra?
Por otro lado, el Dr. Andrew Nichols ha determinado una correlación entre la actividad geomagnética y la perececpión de fenómenos paranormales.
La percepción del Sol Invisible
Hasta ahora hemos visto, desde una perspectiva científica, que la glándula pineal, a través de una sensibilidad –no del todo entendida– a los campos magnéticos, convierte la luz del sol en un determinado estado mental. Aquello que se genera a millones de kilómetros de distancia en la corona de una estrella acaba siendo parte de nuestra modulación psíquica (el Sol se convierte en tus pensamientos). Esto, a grandes rasgos, parece ser un razonamiento científicamente intachable. Esto de manera más sutil, es justamente lo que la filosofía mística (o ciencia oculta) lleva diciendo miles de años.
Si bien el descubrimiento de la afetación psicobiológica a los fenómenos astronómicos es una incipiente, y aún controversial, línea de estudio en la ciencia moderna, antiguamente incluso se tenía una disciplina específicamente dedicada a estudiar la patología humana y su relación con eventos astronómicos y movimientos planetarios (más allá de la astrología): las iatromatemáticas
Que la glándula pineal podía ser un órgano para percibir una luz invisible (un campo magnético, por ejemplo) fue claramente atisbado por el pensamiento védico. En los Upanishads se habla del ser humano como una entidad compuesta por 10 puertas. Nueve de ellas (los ojos, las fosas nasales, los oídos, la boca, la uretra, y el ano) llevan hacia fuera, a la percepción del mundo exterior. La décima puerta, el tercer ojo (ubicado en el ajna chakra, en el entrecejo, en el caso de Shiva, entre una guirnalda de serpientes) es el puerto de acceso a los mundos interiores (al decir interiores la referencia es a las habitaciones interiores de la mansión de la mente de Dios, donde yacen los mundos superiores, las dimensiones astrales). El tercer ojo es siempre, a través de diversas culturas, la apertura divina –la visión holográfica– dentro del ser humano.
En el Bhagavad Gita se habla de la apertura de esta puerta en el momento cúlmen:
Aquel que en el momento de la partida no distrae su mente y su amor, estando en el Yoga (en fusión con Ishvara [el Sol detrás de la oscuridad], con el Dios Creador, la Conciencia Primordial), quien abre el pasaje de energía entre los ojos – aquel obtiene el más Alto Espíritu Divino.
Según la filosofía vedántica advaita, el ser humano proyecta sus propios atributos en el Brahman, el supremo espíritu cósmico, de suyo inconmensurable. La aparición del infinito Brahman en la finita mente humana es conocida como Ishvara, también representado en el Bhagavad Gita como el Sol. De aquí es posible extrapolar una relación intrínseca en la recurrente representación de la divinidad como el Sol en la mente humana, de la luz como lo divino.
La evolución religiosa de esta relación entre la glándula pineal y el Sol (una relación del hombre como imagen de Dios) tiene un claro hito en Egipto. Aquí tenemos una serie de repersentaciones que parecen indicar que los egipcios tenían conocimientos de la glándula pineal asociados con un tercer ojo, u ojo espiritual. Por una parte tenemos la representación como un ojo único de Horus, el dios del Sol, hijo de Osiris e Isis (“el hijo del nuevo eón”) y como tal símbolo de la fusión de los opuestos –al igual que la glándula pineal yace en el centro del cerebro, entre los hemisferios y entre los dos ojos. Este símbolo parece haber evolucionado en el símbolo cristiano del Ojo de la Providencia (recordemos que Cristo es un avatar arquetípico de Osiris) y en el masónico del Ojo en la pirámide destruncada (el Ojo que Todo lo Ve). Ahí mismo tenemos el báculo de mando de Osiris, en el cual aparece un cono de pino con dos serpientes entrelazadas. Sin duda uno de los símbolos más poderosos de la historia, evocando el conocimiento, la medicina y la alquimia –quizás en un preclaro atisbo, justamente a través de la visión interna, del ADN—y posiblemente también a la serpiente kundalini (una conexión entre Shiva y Osiris), la energía vital que se eleva desde los genitales hasta el trecer ojo y la coronilla, a su paso encendiendo y depurando los centros energéticos.
El cono de pino al parecer es un símbolo de la glándula pineal, activada a través del encauzamiento de la energía kundalini. La forma conífera de esta glándula hizo que se le llamara “pineal” o relativa al pino, según fue acuñado por el médico griego Galeno. La presencia del cono de pino puede observarse en el báculo del Papa y en la misma Plaza de San Pedro, donde una inmensa estatua de cono de pino está rodeada de unos pavorreales (aves relacionadas con la divinidad en Egipto). Estos dos símbolos, el cono de pino y el ojo en un triángulo, aparecen en numerosas iglesias y templos alrededor del mundo. Por ejemplo, en la Catedral de la Ciudad de México puede observarse el Ojo de la Providencia en más de un altar y en los motivos pineales, que para el observador incauto podrían confundirse como meras decoraciones, en la estructura de la nave. Aunque también habría que decir que en la espiral que forman los conos de pino se ha observado la secuencia Fibonacci y la proporción del número áureo, así que además de esta connotación esotérica, tiene una armonía estética que podría atraer sin la necesidad de una significación oculta.
Es curioso que el padre del racionalismo –esa filosofía eminentemente atomista y dualista–, Rene Descartes, haya entrevisto, en lo que para sus críticos fue un delirio, un centro unitario espiritual en el cerebro humano. Descartes famosamente designó la glándula pineal como el asiento del alma. La paradoja es doble, el hombre que concibió el racionalismo (después de un revelador sueño) usó lo que a la postre parece ser más la intuición que el pensamiento racional para ubicar el tercer ojo. En todos los demás sitios Descartes encontraba la dualidad, menos en esta glándula pineal, la cual describió como una flama pura que era llenada por espíritus animales y la cual integraba la percepción humana. Este “gran error” de la anatomía filosófica de Descartes hoy en día parece como un destello de genio.
No pretendemos aquí comprobar la existencia del alma humana o que ésta se encuentra en la glándula pineal; sí buscamos formar conexiones significativas que inspiren a la exploración del simbolismo y del sentido de nuestra vida dentro del misterio. En este espíritu es interesante traer a colación el trabajo del Dr. Rick Strassman, una de las pocas personas que ha podido realizar estudios con dimetiltriptamina (DMT), una poderosa molécula de acción psicodélica que, según este médico de la Universidad de Nuevo Mexico, podría ser secretada por la glándula pineal y podría ser responsable de detonar lo que se conoce como experiencias cercanas a la muerte. Hay que enfatizar en que, pese a lo que a veces se dice, Strassman no ha probado que la glándula pineal genere DMT o que el ser humano lo secrete, muy similar en su composición a la serotonina, en el momento de su muerte. Sin embargo, Strassman sugiere que la glándula pineal cuenta con todos los precursores necesarios para generar DMT y es el asiento lógico de esta sustancia que por otro lado, como la melatonina, parece tener una relación con la generación de vívidas imágenes oníricas, parafraseando a Shakespeare, parece ser la “sustancia de la que están hechos los sueños”.
Curiosamente la ayahuasca, “la viña de los espíritus”, está compuesta de dos plantas que parecen tener alcaloides que son secretados de manera natural en la glándula pineal. Por una parte la chacruna, la planta que contiene DMT, y por otro lado la liana Banisteriopsis caapi, que contiene alcaloides conocidos como beta-carbolinas, los cuales actúan como inhibidores de la monamina oxidada y hacen activo el DMT vía oral. Alcaloides beta-carbolinas como la pinolina y la triptolina se forman en la glándula pineal de manera natural. Chamanes y sanadores que utilizan ayahuasca sostienen que sus visiones no son alucinaciones, ¿acaso esto se debe a que químicamente se consigue activar el tercer ojo en la glándula pineal?
Esta relación entre los espíritus y la glándula pineal tiene otra conexión, que para algunos podría ser solo una casualidad, pero que para otros apunta a que lo que decía Descartes podría ser una inesperada verdad metafísica. En los textos del Bardo Thodol (o Libro Tibetano de las Muerte) se dice que el alma reside en el mundo intermedio (en el bardo) por 48 días y en el día 49 reencarna en el feto humano. Aparentemente la glándula pineal puede ser detectada el día 49 en el feto humano, más o menos el mismo tiempo al que se puede observar por primera vez los genitales de un bebé. Esto ha sido tomado, de manera especulativa y sin base científica, como una especie de guiño de que es a través de la glándula pineal que el alma –o aquella porción divina que posee al cuerpo—entra al mundo. De cualquier manera merece una investigación más profunda.
Buena parte de las prácticas de meditación que conocemos, inundadas sin duda de la filosofía new age que transforma las viejas tradiciones en cómodas versiones pop que se ajustan a nuestra idiosincracia moderna occidental, se centran en la activación o al menos en la concientización de la glándula pineal (tercer ojo).
La pregunta fundamental es si el tercer ojo, ubicado en la glándula pineal, esa puerta solar secreta en el cerebro humano, es solamente una metáfora de la iluminación (y de la aniquilación de la dualidad) o verdaderamente un órgano en estado de duermevela que puede activarse a través de ciertas técnicas arcanas y de una correcta interacción con la energía electromagnética que proviene del cosmos en la forma de fotones (la partícula que no tiene antipartícula, unidad cuántica de la información en su estado puro e indeterminado). Muchos de los grandes místicos de la historia de la humanidad han hablado metafóricamente de la iluminación haciendo referencia a un ojo que percibe lo que yace velado y que desencadena un cambio sustancial en la conciencia orgánica.
En el evangelio de Mateo (6:22) se dice “La luz del cuerpo es el ojo; de esta forma a si tu ojo es uno, todo tu cuerpo estará lleno de luz”.
Se le atribuye a Buda haber dicho “Oh hombre de nobleza, recuerda el cielo puro abierto de tu naturaleza verdadera. Regresa a él. Confía en él. Es tu hogar”, lo que se interpreta como una metáfora de la (re)apertura del tercer ojo –también simbolizado como una perla de luz azul.
William Blake en su poema Augurios de Inocencia, donde también describe un fractal (un mundo en un grano de arena) también habla sobre este misterioso ojo: “We are led to believe in a lie, when we see not though the Eye”. Una mentira nos guía cuando no percibimos con el Ojo, el Ojo que nació “cuando el alma dormía en rayos de luz”. ¿El Ojo que ha sido secuestrado por fuerzas oscuras?
Sir Thomas Browne lo evoca tangencialmente en una frase que siempre me ha parecido hermosa y enigmática: “Life is a pure flame and we live by an invisible sun within us” (“la vida es una flama pura y vivimos como por un sol invisible dentro de nosotros”). Ese sol invisible, en una interpretación libre, debe de ser el ojo secreto que participa en la luz divina.
Una última pincelada de esta relación entre el ojo y el Sol, según los Brahma Sutras, cuando un hombre es llevado más allá de la muerte “la palabra se convierte en fuego e ilumina, la respiración se convierte en viento y purifica, y el ojo se convierte en el Sol y arde”.
El misterio está cifrado en el lenguaje de los símbolos. La trinidad entre el Ojo, el Sol, y Dios es uno de los andamios simbólicos más profundos y enigmáticos. Podemos hablar mucho sobre esta relación y hasta encontrar destellos poéticos de iluminación verbal, pero no estaríamos más que rodeando una representación, sembrando un laberinto. Si queremos comprender el secreto de este misterio, tendremos que probar con nuestro propio cuerpo abrir ese ojo interno. Todo lo demás será solamente reciclaje metafísico en torno a un espejo, donde hay un ojo atrapado que no puede mirarse a sí mismo. O donde alguien cuenta una historia sobre una supuesta sociedad secreta que se hace llamar “los Iluminados”
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Jesús Miravalles Gil
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