Había una vez un hombre muy ansioso y avaricioso, lleno de problemas y angustias que desesperado de ver que no podía remediar su situación fue a pedir ayuda a uno de los hombres más sabios del pueblo, un maestro Zen, para que éste le ayudara a solucionar su vida; cuando encontró al maestro se dió cuenta de que estaba a punto de comenzar la clase de meditación, entonces sin pensarlo, este alumno se incorporó a todos los demás alumnos que estaban sentados en la sala, en posición de loto. El maestro entró lentamente, con un cofrecito de oro en las manos, se sentó en frente del salón, sacó de aquel cofrecito un mala y le dijo a los alumnos:
- Vamos a comenzar sentados con la columna vertebral recta, observando detenidamente el flujo de nuestra respiración.
Pero aquel hombre ansioso no observaba su respiración, lo que observaba era aquel cofrecito de oro, estaba impresionado por aquella pieza… el maestro fue guiando la meditación, mientras el nuevo alumno seguía perdido… impactado por aquel cofrecito de oro.
Una vez terminaron, mientras los demás participantes marchaban de la sala, se acercó al maestro y le dijo:
- Lo siento, pero no pude concentrarme maestro, al ver esa joya que tiene usted en su poder.
El monje lo observó tejiendo una cariñosa sonrisa en sus labios, y le preguntó:
- ¿A qué joya te refieres, querido?
– A ese cofre antiguo de oro, es una pieza valiosísima, debe costar una fortuna... - respondió.
A lo que el maestro le dijo:
- De verdad que no tengo ni idea, a mí me lo regaló mi maestro, que a su vez se lo regaló su maestro, y… ha pasado así de generación en generación.
El discípulo, siendo consciente de valor del objeto, añadió:
– Es que si yo lo tuviera en mi poder, solucionaría todos mis problemas, lo vendería y sería rico.
El maestro se le quedó mirando, sorprendido, mientras el alumno no dejaba de repetir que con ese cofre de oro, solucionaría su vida entera. Al observar su persistencia, que rozaba la obsesión, el maestro le dijo:
– Si con esto vas a solucionar todo… entonces, ¡Llévatelo!
En ese momento el alumno, sorprendido, tomó el cofre y desapareció al instante antes de que se repensara el maestro lo que acababa de decir.
. . .Tiempo después, el alumno vuelvió y entonces el maestro Zen le preguntó: - ¿Cómo estas? ¿Solucionaste todos tus problemas con ese cofrecito tan valioso?
Pero el alumno le respondió:
– Vengo a por algo todavía más valioso… Maestro, vengo a por lo que le hizo podérmelo dar.
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Jesús Miravalles Gil
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