27 de noviembre de 2013

TRES CUENTOS PARA REFLEXIONAR

LA VERDAD Y LA MENTIRA
Un cuentecito griego...para reflexionar.
Una vez la Verdad y la Mentira se encontraron en el camino.
-Buenas tardes –dijo la Verdad.
-Buenas tardes –respondió la Mentira-. ¿Cómo te va últimamente?
-Me temo que no muy bien –suspiró la Verdad-. Son tiempos difíciles para alguien como yo.
-Sí, ya veo –dijo la Mentira, echando una ojeada a las ropas harapientas de la Verdad-. Parece que hace tiempo que no pruebas bocado.
-A decir verdad, así es –admitió la Verdad-. Nadie quiere emplearme hoy en día. Dondequiera que voy, la mayoría de la gente me ignora o se burla de mí. Es desalentador, te lo aseguro. Empiezo a preguntarme por qué lo soporto.
-Exactamente, ¿por qué? Ven conmigo, y yo te mostraré cómo llevarte bien. No hay motivos para que no puedas comer opíparamente, como yo, y vestir la mejor ropa, como yo. Pero debes prometer que no dirás una palabra contra mí mientras estemos juntos.
La Verdad hizo esa promesa y convino en llevarse bien con la Mentira por un tiempo, no tanto porque le gustara su compañía sino porque tenía tanta hambre que desfallecería si no comía nada. Anduvieron por el camino hasta llegar a una ciudad, y la  Mentira lo condujo hasta la mejor mesa del mejor restaurante.
-Camarero, queremos las mejores carnes, las golosinas más dulces, el mejor vino –pidió, y comieron y bebieron toda la tarde. Al fin, cuando ya no pudo comer más, la Mentira se puso a golpear la mesa llamando al gerente, que acudió a la carrera.
-¿Qué clase de lugar es éste? –Protestó la Mentira-. Hace una hora que le di a ese camarero una pieza de oro, y todavía no nos ha traído el cambio.
El gerente llamó al camarero, quien dijo que ese caballero no le había dado un solo céntimo.
-¿Qué? –Gritó la Mentira, llamando la atención de todos los presentes-. ¡Este lugar es increíble! ¡Vienen a comer ciudadanos inocentes y respetuosos de la ley, y ustedes los despojan del dinero que han ganado con tanto esfuerzo! ¡Son un hato de ladrones y mentirosos! ¡Me habrán engañado una vez, pero nunca más me verán de nuevo! ¡Tenga!
–Le arrojó una pieza de oro al gerente-. ¡Pero esta vez tráigame el cambio!
Pero el gerente, temiendo por la reputación de su establecimiento, se negó a aceptar la pieza de oro, y en cambio le llevó a la Mentira el cambio de la primera moneda que él afirmaba haber dado. Luego llevó al camarero aparte, y lo acusó de pillastre, y amenazó con despedirlo. Y por mucho que el camarero insistía en que ese hombre no le había dado un céntimo, el gerente se negaba a creerle.
-Ay, Verdad, ¿dónde te has escondido? –Suspiró el camarero-. ¿Has abandonado a los trabajadores?
-No, estoy aquí –gruñó la Verdad para sus adentros-, pero el hambre me nubló el juicio, y ahora no puedo hablar sin romper la promesa que hice a la Mentira.
En cuanto estuvieron en la calle, la  Mentira soltó una risotada y palmeó a la Verdad en la espalda.
-¿Ves cómo funciona el mundo? Me las apañé muy bien, ¿no crees?
Pero la Verdad se alejó de su compañero.
-Prefiero morirme de hambre a vivir como tú –dijo.
Y así la Verdad y la Mentira siguieron cada cual por su camino, y nunca más viajaron juntos.



EL CURA Y EL TAXISTA
.Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se llamaban Joaquín González. Uno era sacerdote y el otro era taxista. Exactamente el mismo día los dos se mueren y al mismo tiempo llegan al cielo, donde los espera San Pedro.
¿Tu nombre? – pregunta San Pedro al primero. Joaquín González. ¿El sacerdote?. – No, no, el taxista.
San Pedro consulta su planilla y dice: Bueno, te has ganado el Paraíso. Te corresponden esta túnica con hilos de oro y esta vara de diamante con incrustaciones de rubíes. Puedes pasar.
- Gracias, gracias ….. -dice el taxista.
Pasan dos personas más, hasta que le toca el turno a Joaquín González el sacerdote.
¿Tu nombre?
– Joaquín González.
¿El sacerdote?
– Sí
- Muy bien, hijo mío. Te has ganado el Paraíso. Te corresponden esta bata de algodón blanco y esta vara de madera de roble.
El sacerdote dice: Perdón...pero… debe haber un error.¡Yo soy Joaquín González, el sacerdote!.
-Sí, hijo mio, te has ganado el Paraíso. Te corresponden la bata de algodón y esta vara de roble…
– ¡No, no puede ser!....interrumpe el sacerdote.... Yo conozco al otro Joaquín González, era un taxista, vivía en mi pueblo, ¡era un desastre como taxista!.Se subía a las aceras, chocaba todos los días, una vez se estrelló contra una casa, conducía muy mal, tiraba las farolas, se lo llevaba todo por delante… Y yo me pasé setenta y cinco años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia.
¿Cómo puede ser que a él le den la túnica con hilos de oro y la vara de platino y a mí ésto?, ¡Debe haber un error!.
- No, hijo mío, no hay ningún error -dice San Pedro-.
Lo que ocurre es que aquí, en el cielo, nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las que hacen ustedes en la vida terrenal.
¿Cómo?. No entiendo.-le pregunta el sacerdote a San Pedro.
Sí, hijo … ahora trabajamos por objetivos y resultados…Mira, te voy a explicar y lo entenderás enseguida, hijo mio:
Durante los últimos 25 años, cada vez que tú predicabas como sacerdote, la gente siempre se dormía; pero cada vez que Joaquín González. el taxista conducía, la gente siempre rezaba....
Y…. los objetivos son los objetivos…


LA CIUDAD DEL HOY, LA IMPORTANCIA DE VIVIR EL PRESENTE.
Un campesino iba andando a pie con su buey cuando se encontraron delante de su camino una gran ciudad hecha de arena habitada por muchísimos fantasmas ataviados de ropas añejas y mostrando múltiples rostros en un mismo ser, arrastraban además pesadas cadenas que sonaban como un lamento distante en vasto desierto.
El campesino dijo entonces al buey: “esta es la ciudad del ayer, y esos seres de mil rostros son los recuerdos del pasado que nos persiguen a lo largo de nuestra vida”. Mas el buey contestó: “yo no veo nada”.
Continuaron con su camino cuando más adelante se toparon con otra  gran ciudad pero esta vez hecha de niebla en la cual se veían a muchísimos fantasmas sin rostro, desnudos y subiendo y bajando escaleras en círculos hacia ningún lado.
El campesino habló de nuevo al animal: “esta es la ciudad del mañana y aquellos que ves morar en ella son los augurios del futuro que nos acompañan a lo largo de nuestro viaje por la vida. El buey volvió a repetirle: “yo no veo nada, debes estar viendo engañosas ilusiones”.
¿Cómo es que no puedes observar ni el ayer ni el mañana? – Dijo su dueño – dime entonces ¿qué es lo que ves? El buey le respondió: “veo la ciudad del hoy, y no está poblada de errantes fantasmas que poseen nuestras vidas, sino de maravillosos tesoros y ángeles… en verdad parece un paraíso.
Asombrado, el campesino replicó: “¡eso es imposible!”, ¿cómo es que yo no veo aquello que describes? dime por favor en qué lugar se encuentra tan hermosa ciudad. A lo que su buey contestó: “¡mira bien!, está en el aquí y ahora”.
                          Cuentos para aprender
Jesús Miravalles Gil                                    
                             

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