Hans Christian Andersen escribió el más conmovedor cuento de Navidad. La pequeña vendedora de cerillas. ¿Quién no ha leído esa historia junto al árbol navideño, o ha visto una de sus múltiples animaciones en el cine o la televisión? Es un cuento terrible. Un puñetazo envuelto en papel cebolla. El día de final de año, una pequeña vendedora de cerillas se afana por conseguir algún dinero. La gente la ignora. No vende ni una cerilla. Anochece y la niña se acurruca en una esquina. Tiene miedo de volver a su gélida casa sin dinero. Su padre le pegará. Aterida de frío, enciende una cerilla para intentar calentarse. Una luz maravillosa. De pronto se ve sentada a frente a una cálida estufa. Se apaga la llama y enciende otra cerilla: esta vez aparece una mesa con un magnífico pato asado, relleno de ciruelas y manzanas. Con la tercera cerilla se halla bajo un hermoso árbol de Navidad, el mejor de la ciudad, con muchas estampas y velas encendidas en sus ramas. Se apaga la cerilla y las luces del árbol se elevan hacia el cielo, menos una, que cae. “Alguien se está muriendo”, piensa la niña, puesto que su abuela le contó una vez que cada estrella que cae es un alma que va al encuentro de Dios. Con la quinta cerilla se le aparece la abuela, la única persona que la ha amado. “¡Llévame contigo!”, exclama la pequeña. Sigue encendiendo cerillas para que la imagen no se desvanezca. La abuela la coge en brazos y ambas se elevan hacia el cielo. Ya no tiene frío, ni hambre. Ya no tiene miedo. A la mañana siguiente, los viandantes la encuentran muerta. Según el lenguaje político actual, la pequeña cerillera danesa murió víctima de la pobreza energética.
Es una historia de una dureza tremenda, con la que Andersen quiso perforar corazas. Así describe la pobreza de la pequeña vendedora: “Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches de caballos que venían a toda velocidad. Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío...”. Hijo de una familia depauperada, Hans Christian Andersen sabía lo que es vivir sin nada. Consiguió estudiar a partir de los catorce años gracias a la beca que le concedió un rico mecenas, Jonas Collin, alto funcionario que llegó a dirigir el Teatro Real de Copenhague. El patito feo escribió la terrible historia de la pequeña cerillera para llamar la atención sobre los rigores de la pobreza en su época, el siglo XIX. Lo hizo con gran efectismo y efectividad. Hoy le llamarían populista.
El cuento de la vendedora de cerillas consiguió llegar hasta la mesa del Consejo de Ministros de España con la prohibición del corte del suministro eléctrico a las familias que no tengan recursos para pagar el recibo de la luz.
por :ENRIC JULIANA
Jesús Miravalles Gil
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