Érase una vez un mundo poblado de marionetas. Había marionetas-piedra, marionetas-agua, marionetas-gas, marionetas-vegetal y marionetas-animal. Entre éstas últimas había un tipo muy especial, la marioneta-humana. Todas ellas estaban fabricadas con un cuello rígido. Solo podían mirar hacia el frente o ligeramente hacia abajo, nunca hacia arriba. Pero un día, una de ellas, Marina, se rompió el cuello accidentalmente, y eso le permitió girarlo hacia arriba. Y lo que contempló, la dejó patidifusa. Marina la marioneta se percató de los hilos, tanto de los que la sujetaban a ella como de los que sujetaban a todo lo demás y a todas las demás marionetas. Descubrió que, en verdad, ni ella ni ninguna otra tenían el más mínimo control sobre ninguno de sus movimientos. Marina pasó de la perplejidad a la rabia, y de ahí al desconsuelo. Sus primeros intentos por comunicar su descubrimiento a otras marionetas acabaron en burlas y desprecio por parte de éstas, incapaces de imaginar siquiera la posibilidad de que estuviesen movidas por hilos que alguien manejase desde «ahí arriba». Algunas decían que romperse el cuello había hecho enloquecer a Marina. Otras incluso amenazaron con quemarla si seguía empeñada en contar esa tontería de los hilos. Finalmente, Marina decidió callar. Pero el descubrimiento trascendental que había hecho sirvió para que su vida diese un giro radical.
Marina comprendió que su cuello no se había descoyuntado de manera fortuita. De hecho, su «accidente» le permitió comprender que el azar no existe. Eso le hizo creer en la actuación deliberada de un ser superior, una especie de Supermarioneta que habría decidido descoyuntarla para que ella pudiera girar el cuello hacia arriba. Se sintió enormemente agradecida por este privilegio, y comenzó a adorar a ese ser superior a quien Marina no podía ver con sus ojos, pero en cuya existencia creía por completo, pues no alcanzaba a explicar de otra forma todo lo sucedido. «Bueno, ahora que he descubierto que no soy libre y que Tú me manejas ―le decía Marina al ser superior― te ruego que me digas cómo debo comportarme, qué debo hacer en mi vida y con mi vida». Marina no quería ir en contra de la voluntad del ser superior, pero de inmediato se daba cuenta de lo disparatada que era esa idea, pues ¡es imposible no seguir la voluntad de quien maneja tus hilos! De hecho, si te «rebelaras» sería porque el ser superior ha tirado del hilo correspondiente, no porque tú eligieras libre y soberanamente rebelarte.
Marina se daba cuenta de todo esto y sonreía para sus adentros, aceptando que la inercia de su vida anterior le llevaba a semejantes pensamientos. Y comprendió, por fin, que lo que ella sentía como voluntad propia y la voluntad de quien tiraba de los hilos, eran una y la misma. A partir de ese momento, su vida fue mucho más sencilla. Marina entendió que daba absolutamente igual que todo cuanto lograba en su vida lo atribuyera a su esfuerzo o a la «gracia divina» ¡porque eran exactamente lo mismo! y esa comprensión le proporcionó una paz permanente, esa famosa paz de Jesús de la que San Pablo dijo, en su carta a los Filipenses, que sobrepasa todo entendimiento.Después de su despertar, superadas ciertas dudas iniciales que la mantuvieron inmóvil, Marina retomó sus actividades cotidianas y sus relaciones con otras marionetas como si nada hubiera pasado. Pero era evidente que sí, que algo le había pasado, porque desde entonces siempre mantuvo la ecuanimidad ante cualquier suceso, nunca volvió a juzgar a los demás, ¡y mucho menos a ella misma! Cuando las cosas le salían bien, no sentía orgullo ni vanidad, y cuando le salían mal, no sentía rabia ni frustración. La impaciencia, la malicia o el miedo, sencillamente desaparecieron de su vida. Y cuando le tocó llorar, ya no volvió a hacerlo desde el sufrimiento, sino desde la paz. A los ojos de las demás, Marina se convirtió en la marioneta que más se esforzaba en su vida cotidiana, pero, extrañamente, a la vez era la menos interesada en los frutos de su esfuerzo.
Y así pasaron sus años de vida de marioneta. Nunca pudo ver al ser superior que manejaba los hilos, pero jamás se lamentó por ello, pues «el ser superior sabrá ―se decía para sus adentros― por qué no tira del hilo que me permitiría verlo». Hasta que un día murió como había vivido, en absoluta paz. Sus brazos y piernas articulados perdieron todo movimiento y los hilos que los movían se enmarañaron cayendo sobre su cuerpo rígido. Un instante después de morir, Marina se disolvió en un mar de luz, la luz de la que están hechas todas las marionetas, todos los hilos y el Ser que los maneja.
Por Rafael Pulido Moyano extraído de un articulo de Ramesh Balsekar. El asunto del hacedor y las marionetas de consciencia. nodualidad.info.
¿Qué seria de las marionetas sin las manos del marionetista?
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