22 de octubre de 2011

TAN POQUITA COSA

 Cuando nace un niño, todas las campanas del mundo repican a gloria, con esa única y dulce melodía que sólo escucha tu corazón atónito, maravillado y bellamente sorprendido de madre. Ha ocurrido un milagro…la sabia naturaleza ha puesto entre tus brazos algo sublime y perfecto que hace que sientas la poderosa presencia de Dios en tu vida.
El nace blanco, puro, inocente, con el bagaje íntimo y fascinante de nuestros genes, nuestros sueños e ilusiones y el deseo vehemente de ser padres. Rodeando su cuna, opinamos sobre sus parecidos, sus gestos… Esa mueca que semeja una sonrisa y nos arranca lágrimas de emoción, el color de sus ojos que queremos vislumbrar cuando la vida comienza a descubrir, cerrándolos tan rápidamente que en los primeros días no alcanzamos a ver.
¡Qué alegría inmensa ese llanto que nos sorprende en nuestra casa! Es como alcanzar el cielo con las manos, que un coro de celestial nos despierte por las noches o como si una varita mágica nos hubiera tocado. A pesar del cansancio y el sueño, las estrellas nos semejan con más fulgor, más hermosas…Los amaneceres radiantes con la palidez de su variedad de tonalidades nos encuentra arrobadas frente a su cuna, velando su sueño tan plácido que nos semeja un ángel que se ha instalado cómodamente en nuestro hogar y sin el cual ya nos sería imposible vivir.
Ese pedacito de carne rosada, tibia, dulce es nuestro hijo y confía plenamente en nuestro cariño que, unido a los cuidados, al ejemplo y a las enseñanzas, lo conduzcan por el sendero del bien, la verdad y el amor. De nosotros depende que llegue a ser alguien noble, bueno, pleno, feliz…
Desde pequeñito deberá mirarse en el espejo cristalino de sus padres. Sin presiones, sin castigos, pero con amor y firmeza crecerá sano de espíritu…crecerá feliz… Un niño feliz no siempre garantiza el hombre feliz del mañana, pero ofrece múltiples posibilidades de lograrlo. Muchos de los aprendizajes de la más tierna infancia le permitirán encontrar el camino de la realización personal y por ende de su felicidad terrenal.
Nuestro hijo es la esperanza del futuro y está en nuestras manos lograr de él lo mejor para que todos los niños del mundo, unidos, puedan lograr la paz que tanto anhelamos.Tu hijo es una cálida presencia en tu corazón y una sonrisa en tus labios. Es como un precioso tesoro que irá creciendo con tu ayuda en cada etapa de su vida, hasta que finalmente, cuando alcance la dosis necesaria de independencia, sepas abrir tus brazos para dejarlo partir.
          Desconozco: autor
Que paséis un feliz día y muchas gracias por vuestro tiempo.

Jesús Miravalles Gil            
                             

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