
Artabán se dedicaba a desentrañar los secretos del oráculo de Zoroastro que anunciaban, por activa y pasiva, la próxima llegada de un “Salvador” que haría del mundo un lugar más agradable. Y la aparición de la estrella en el firmamento fue la señal inequívoca. Como era de suponer no se lo pensó dos veces y decidió seguir la ruta que el ¿cometa? indicaba. Lógicamente preparó las ofrendas que entregaría al Redentor, entre las que destacaban un diamante de la isla Méroe que neutralizaba los venenos, un trocito de jaspe de Chipre como amuleto de la oratoria y un rubí de las Sirtes para alejar las tinieblas que confunden al espíritu.

Así, nuestro Cuarto Rey, cabalgó raudo y veloz al encuentro de sus compañeros, sin dejar siquiera que el caballo recuperara fuerzas con las aguas del río Éufrates.
Fuente:Ley cosmica.org
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