La paradoja surge cuando, aún habiendo sido nosotros sus artífices, nos identificamos tanto con nuestro ego que acaba dictaminando nuestro comportamiento cotidiano. Esto sucede especialmente en nuestras relaciones con los demás. Pongamos un ejemplo: la mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental mantiene de forma inconsciente la creencia de que en una discusión uno debe tener siempre la razón ya que, de lo contrario, esto será interpretado por los demás como un síntoma de debilidad e incluso de cierta estupidez. Esto hace que nos embarquemos a menudo en conversaciones vacías en las que más que escuchar y enriquecimiento mutuo lo que se da es una lucha entre egos hambrientos de atención y protagonismo. Este estado mental hace que a menudo cerremos las ventanas de nuestro ser por miedo a que nuestro ego salga lastimado de la batalla, impidiendo de paso que bocanadas de aire fresco lleguen hasta nosotros.
¿Por qué ocurre todo esto?
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El inconveniente es que esta boya se encuentra anclada en la roca de manera que a la vez que nos mantiene a flote nos resta mobilidad. Así mismo actúa nuestro ego sobre nosotros: es como un apuntador que nos dicta qué parte del diálogo debemos recitar en cada momento. La cuestión es:
¿Te atreves a ser tu mismo?
Muchas gracias por vuestro tiempo en leer este blog
Jesús Miravalles Gil
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