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6 de abril de 2013

LAS MASCARAS DEL EGO

El ego es una imagen de nosotros mismos que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida. Esta especie de personaje incluye creencias tanto sobre cómo somos y sobre cómo deberíamos ser.
 La paradoja surge cuando, aún habiendo sido nosotros sus artífices, nos identificamos tanto con nuestro ego que acaba dictaminando nuestro comportamiento cotidiano. Esto sucede especialmente en nuestras relaciones con los demás. Pongamos un ejemplo: la mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental mantiene de forma inconsciente la creencia de que en una discusión uno debe tener siempre la razón ya que, de lo contrario, esto será interpretado por los demás como un síntoma de debilidad e incluso de cierta estupidez. Esto hace que nos embarquemos a menudo en conversaciones vacías en las que más que escuchar y enriquecimiento mutuo lo que se da es una lucha entre egos hambrientos de atención y protagonismo. Este estado mental hace que a menudo cerremos las ventanas de nuestro ser por miedo a que nuestro ego salga lastimado de la batalla, impidiendo de paso que bocanadas de aire fresco lleguen hasta nosotros.
 ¿Por qué ocurre todo esto?
 El principal beneficio que sacamos de proteger nuestro ego es una sensación inmediata de seguridad. Esta sensación nos llega cuando logramos ponernos una etiqueta que describe quién somos (yo soy una persona que se sacrifica por el bienestar de los demás,  yo soy un buen profesional, yo soy un ser intelectualmente complejo, yo soy sabio y con experiencia, yo soy un ser racional, yo soy una persona alegre y despreocupada...). Si pensamos sobre esto en profundidad, en seguida nos daremos cuenta de que la sensación de control que esto nos proporciona es totalmente irreal. Sin duda, el ponerme una etiqueta me alivia porque me evita tener que decidir a cada instante quién o qué soy, me da una boya a la que agarrame para no tener que vérmelas con la marea.
 El inconveniente es que esta boya se encuentra anclada en la roca de manera que a la vez que nos mantiene a flote nos resta mobilidad. Así mismo actúa nuestro ego sobre nosotros: es como un apuntador que nos dicta qué parte del diálogo debemos recitar en cada momento. La cuestión es:
 ¿Te atreves a ser tu mismo?
                   Muchas gracias por vuestro tiempo en leer este blog
Jesús Miravalles Gil
                              

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