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3 de noviembre de 2025

EL OIDO DE LA CONCIENCIA

 Por Jordi Casals Mendoza 31 de Octubre de 2025

«Solo en el silencio interior la percepción se vuelve transparente; lo que escuchas deja de ser objeto y se convierte en acontecimiento.»

— Jean Klein

A veces creemos que el camino de la meditación termina cuando alcanzamos el silencio. Pero el reconocimiento del silencio no es el final, sino el comienzo de una nueva forma de percibir. Cuando la mente deja de intervenir y el cuerpo se relaja, algo más profundo empieza a escuchar. No tú, algo más amplio, sin centro ni referencia. Entonces el silencio deja de ser un estado que se alcanza y se revela como la naturaleza misma de la conciencia.
Desde la mente, el silencio se percibe como la ausencia de sonido. Aparece cuando el ruido cesa y desaparece cuando algo vuelve a sonar. Lo sentimos como un intervalo entre esos dos ruidos, un momento en que todo se detiene y el pensamiento se desvanece. Ese silencio mental es temporal y dependiente. Es un silencio útil porque alivia y ordena, pero todavía pertenece al dominio del tiempo. En él, el sonido sigue siendo un objeto percibido desde fuera, algo que ocurre “allí” y que el oído registra “aquí”.

Pero hay otro silencio, más profundo, que no pertenece al tiempo. No es ausencia, sino plenitud. No empieza ni acaba y, sin embargo, está en todo lo que comienza y termina. Es el silencio no dual, el que no se opone al sonido porque es su raíz. Desde el reconocimiento de la conciencia, el sonido no interrumpe el silencio, el sonido es la expresión del silencio. Cada vibración, cada eco, cada matiz del mundo que percibimos es una forma viva de ese mismo fondo. La mente oye los sonidos, pero es la conciencia la que los escucha.Oír es un reflejo, una función de la mente. Escuchar es un acto de conciencia, una cualidad del ser. Oír ocurre en el tiempo, escuchar es sin tiempo. Cuando oyes, el sonido llega y pasa. Cuando escuchas, percibes el espacio del que surge, el instante en que vibra y el lugar al que vuelve. Esa diferencia parece pequeña, pero implica un cambio total de perspectiva, cuando se advierte deja de haber dos. Es el silencio el que escucha. En ese instante desaparece la distancia entre quien percibe y lo percibido. Solo queda la vibración de la conciencia reconociéndose a sí misma.

La puerta hacia esa escucha no es la mente, sino la sensación. Cuando dejamos de interpretar los sonidos y empezamos a sentirlos de forma directa, cambia la perspectiva. La atención ya no busca comprender, se vuelve sensorial. La piel percibe, los huesos resuenan, el corazón acoge. El cuerpo entero se convierte en oído de la conciencia, en un espacio de recepción donde todo se vuelve presencia viva. No es una metáfora, la energía realmente cambia de dirección. Ya no asciende como pensamiento ni se dispersa como emoción, sino que se distribuye de forma natural, afinando el organismo entero a una frecuencia invisible. Esa frecuencia es el silencio, nuestra verdadera naturaleza.
Cada respiración es un sonido; cada latido, una nota. Si los escuchas sin interferir, el cuerpo se convierte en música. Y esa música no tiene intérprete, solo suena. Entre dos sonidos hay silencio, pero ese silencio no está vacío, está lleno de vida. Cuando la atención reposa ahí, el espacio exterior se vuelve interior y lo interior se disuelve. Cuando desaparecen las fronteras, escuchar el silencio es descubrir que es el silencio el que percibe. La atención deja de dirigirse hacia fuera y se vuelve receptiva. No hay esfuerzo ni dirección, solo un conocer silencioso que lo abarca todo. Entonces la mente se detiene sin forzar, y lo que queda es una quietud sonora, una paz viva. El silencio no se oye, pero suena. Y esa pulsación es la sensación de ser, la presencia consciente.

Y cuando esa escucha madura, ocurre una inversión asombrosa. En cierto momento, ya no eres tú quien escucha. Algo escucha a través de ti. El cuerpo continúa respirando, los sentidos siguen activos, pero la percepción se invierte. Ya no escuchas el mundo, el mundo te escucha a ti. Ninguna técnica puede provocar esa inversión, llega cuando la atención se cansa de buscar. Dejas de escuchar para conseguir algo (ya sea comprender, relajarte o alcanzar la presencia) y la escucha simplemente sucede. En la escucha auténtica ya no hay oyente ni sonido separados. Solo queda conciencia pura, ilimitada, sin historia. Y comprendes que siempre estuvo ahí, incluso cuando no la oías.Entonces todo vibra. El sonido de una puerta, el viento entre las hojas, una voz lejana; todo tiene una textura única, pero todo proviene del mismo fondo. La energía que antes se dispersaba en pensamientos se transforma en sensación pura. Así la energía se eleva llenando el cuerpo de una luz amorosa. Ese es el sonido de la energía consciente, el punto donde sensación y presencia se funden. Ya no hay dentro ni fuera, solo resonancia. Y esa vibración es la expresión de lo que somos cuando dejamos de interpretar.

Escuchar así no es una práctica ni un logro. Es la naturaleza misma de la conciencia cuando deja de buscarse. Escuchar es amar sin elección. Es abrir el oído del corazón a lo que es, sin exigir que sea distinto. No hay oyente, ni objeto, ni intención. Solo un silencio vivo reconociéndose en cada sonido. Este es el oído de la conciencia: el que escucha esta experiencia cuando no hay nadie escuchando.

Extraido de no-dualidad info.     ( 5fotos 123rf)



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