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5 de septiembre de 2015

¿DUELE VER A UN NIÑO MUERTO?

Duele ver a un niño muerto? ¿Ofende esta
fotografía de un niño ahogado en la orilla? ¿Lastima la sensibilidad? ¿Por qué publicar esta fotografía?  Entonces, ¿qué?  ¿Nos tapamos los ojos para no ver, los oídos para no saber y la boca para no contarlo? El mundo es así de terrible, despiadado y cruel. Los periodistas no lo hemos inventado, sólo lo contamos.
Estamos ante la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Desde hace setenta ¡70! años. Pero seguimos mirando para otro lado. ¿Saben qué noticia ha dado más audiencia a los informativos este verano? El asesinato de las dos jóvenes de Cuenca. Y durante varios días.
Y, sin embargo, ¿saben qué tema ha provocado que los espectadores cambien de canal? La crisis de los refugiados que intentan entrar en Europa. Las curvas de audiencia nos han mostrado una fuga lenta y sostenida de espectadores mientras nos ocupamos de esta noticia.
¿Por qué no queremos saber? ¿Por qué no queremos ver? ¿Por qué miramos hacia otro lado? ¿Nos creemos nosotros a salvo en nuestro pedacito de país?
Los más de 23 millones de ciudadanos sirios soportan una guerra cruel desde hace tres años. Su propio gobierno los bombardea y los rebeldes se han convertido en uno de los peores grupos terroristas de la historia, Estado Islámico.
Pero Siria es sólo la punta del iceberg. Según la ONU, hay hasta 15 millones de personas que huyen de las guerras y buscan seguridad a las puertas de Europa. La mayoría son sirios. Le siguen iraquíes, afganos y ucranianos.
Son personas que han huido de sus hogares para salvar su vida. Lo han perdido todo. Hogar. Familia. Amigos. En su escape, la mayoría han caído en manos de mafias de traficantes de
personas que les cobran miles de euros por cortos trayectos en barco o el paso de alguna frontera. Más de 100.000 migrantes en busca de asilo han atravesado Grecia, y prosiguen camino hacia los países ricos del centro y el norte de Europa. Esquivando las vallas y las redadas.
Es imposible saber cuántos miles han muerto intentando llegar hasta el sueño de un refugio seguro.
Mientras nuestros gobiernos discuten por acoger apenas dos mil y pico refugiados (en el caso de España) en Líbano uno de cada cinco habitantes es refugiado de guerra Sirio. Es como si aquí en España acogiéramos a más de diez millones, sí 10.000.000 de refugiados. Abramos los ojos de una maldita vez. Abramos el alma. El corazón. Y los bolsillos.
Y sí, sé que la fotografía es dura. Sé que la imagen de un niño muy pequeño ahogado en una playa rompe corazones. Pero quizá lo que hace falta sea eso, que se rompan corazones. De una maldita vez.
Y, ojalá, la imagen de este niño al que sus padres intentaron salvar de las bombas, y que terminó muerto en el mar, sirva para que nosotros, la opinión pública, presionemos a nuestros gobiernos. Y que nuestros gobiernos empiecen a tomar medidas.
Podría ser nuestro hijo. Podríamos ser nosotros. Nadie está a salvo. Ni ustedes, ni yo. La Historia nos lo ha demostrado muchas veces. Demasiadas. Pero seguimos empeñándonos en mirar hacia otro lado.
Y yo, como periodista, seguiré defendiendo que a veces hay que mostrar imágenes tan duras como la de ese niño. Porque nuestro trabajo es mostrar la realidad, no edulcorarla. Y ojalá con ello podamos remover conciencias. Pero, ojalá, sobre todo, no tuviéramos imágenes como esa para mostrarles.
Por cierto, les aseguro que esa imagen del niño no es lo más duro que hemos visto estos días en las redacciones sobre la crisis de los refugiados. Hay muchas imágenes que hemos descartado mostrarles. Pero esta era tan poderosa, podía ayudar tanto, resumía tanto y dolía tanto en unos segundos, que la han emitido televisiones y periódicos de todo el mundo.
Se llamaba Aylan Kurdi. Tenía tres años. Su hermano cinco. Y los dos murieron en el mar. Sus padres habían intentado conseguir asilo en Canadá sin conseguirlo.
                                                            por carmen chaparro
Jesús Miravalles Gil
                                        

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