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4 de mayo de 2015

LA PRUEBA DEL MAESTRO....

<<Soy pobre y débil- dijo un día un maestro a sus discípulos-, pero vosotros sois jovenes, y yo os enseño:  es deber vuestro, por lo tanto, conseguir el dinero que vuestro viejo maestro necesita para vivir>>.
<<¿Cómo podemos hacer eso? -preguntaron los discípulos-. Las gentes de esta ciudad son tan poco generosas que sería inútil pedirles ayuda>>.
<<Hijos míos- contestó el maestro-, existe un modo de conseguir dinero, no pidiéndolo, sino cogiéndolo. No sería pecado para nosotros robar, pues merecemos más que otros el dinero. Pero, ¡ay!, yo soy demasiado viejo y débil para hacerlo>>.
<<Nosotros somos jóvenes- dijeron los discípulos- y podemos hacerlo. No hay nada que no hiciéramos por vos, querido maestro. Decidnos sólo cómo hacerlo y nosotros obedeceremos>>.
<<Sois jóvenes- dijo el maestro- y es poca cosa para vosotros el apoderaros de la bolsa de algún hombre rico. Así es cómo débeis hacerlo: escoged algún lugar tranquilo donde nadie os vea, y luego agarrad a un traseúnte y coger su dinero, pero no lo lastiméis>>.
<<Vamos inmediatamente>>, dijeron los discípulos, excepto uno, que había callado, con la mirada baja.
El maestro miró a ese joven discípulo y dijo:
-Mis otros discípulos son valientes y están deseosos de ayudarme, pero a ti poco te preocupa el sufrimiento de tu maestro.
-Perdonadme, maestro- contestó-, pero el plan que nos habéis explicado me parece irrealizabe; éste es el motivo de mi silencio.
-¿Por qué es irrealizable?- preguntó el maestro.
Porque no existe lugar alguno en el que no haya nadie que nos vea- contestó el discípulo-; incluso cuando estoy solo mi “Yo” me observa. Antes cogería una escudilla e iría a mendigar que permitir que mi “Yo” me vea robar.
A estas palabras, el rostro del maestro se iluminó de gozo. Estrechó al joven discípulo entre sus brazos y le dijo: <<Me doy por dichoso si uno solo de mis discípulos ha comprendido mis palabras
Sus otros discípulos, viendo que su maestro había querido ponerlos a prueba, bajaron la cabeza avergonzados.
Y desde aquel día, siempre que un pensamiento indigno les venía a la mente, recordaban las palabras de su compañero: <<Mi “Yo” me ve>>.
Y así se convirtieron en grandes hombres, y todos ellos vivieron felices por siempre jamás.
                                                          cuento budista
  Jesús Miravalles Gil                                                          
                                      

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