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8 de abril de 2011

TU OTRO BANCO

Si el cuerpo no sintiera el dolor y si no pudiera gemir, llorar o gritar, seria una catástrofe. No nos enterariamos de la enfermedad, nos despreocupariamos y moriríamos como moscas.
Pues bien, en el gran cuerpo de la sociedad, no hay enfermedad más grave que la pobreza. Si los pobres soportan el peso y el dolor de la pobreza sin quejarse, sin protestar, sin decir una palabra, la sociedad está en peligro de morir. Por eso, hoy como ayer, del grito de los pobres depende el futuro del mundo.
La paz y, por ende, la vida del mundo penden de ese grito y de la respuesta que el mundo le dé.
El grito de los pobres es el mayor servicio que se puede prestar a la humanidad. Acallarlo con caramelos, promesas que nunca se cumplen, o con alicientes que fomentan dependencia, parasitismo y mendicidad es el crimen.
¿ Cuánto tiempo podrá seguir avanzando todavía la humanidad con toda la injusticia que le machaca el cuerpo ? ¿ Quienes mejor que los que están más cruelmente desprovistos de ellas, pueden hacer advenir la justicia, la libertad y la paz ? Desgraciadamente, son ellos que menos hablan, cansados tal vez de no ser escuchados.
¿ Con todo, es necesario que su grito nos taladre los oídos y nos atraviese el corazón para que despertemos. Para la humanidad toda es una cuestión de vida o muerte.
Pero es necesario también que los pobres sepan soñar, ya que el sueño es la otra gran fuerza capaz de curar al mundo enfermo y trasformarlo en un maravilloso jardín donde todos los hombres y las mujeres puedan finalmente compartir con paz y alegría los mismos derechos en igualdad y libertad.
Los pobres de la tierra son los grandes profetas del mundo: llevan en su cuerpo el mundo que debe morir y en su corazón el que debe nacer.
Se nos cae a pedazos la humanidad, como lepra del alma. Nos corroe la codicia, el afán de riquezas, de confort en desmesura. Nos invade el egoísmo, vivimos sin solidaridad, sin principios, sin ética...
Ya no somos pueblo ni apenas familia, solo individuos ansiosos de bienestar y de éxito. Nos mueve la vanidad. Adoramos el lujo y el dinero. Apostamos por la competencia y hasta por la violencia si ésta nos lleva al triunfo. Hemos retrocedido a los tiempos más oscuros.
Razón tenia el Maestro Jesús cuando dijo " Bienaventurados los pobres ", porque ser rico es apostar por la miseria.

Jesús Miravalles Gil
                    

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