El abad del monasterio se reía cada mañana al levantarse. Miraba al cielo y le ofrecía una carcajada estrepitosa. Su carcajada decía: “De nuevo recuerdo que todo es un juego. Lo acepto y me uno a la vida.
El monje sabía que formaba parte de una de las miles de escenas que él mismo podía inventar en su mente.
En esta ocasión era un viejo monje, otras veces se había visto fuera de las paredes de su cuerpo, en otros cuerpos, en otras situaciones. Para cambiar de escena, sólo había tenido que reírse ante la situación diciéndose: “No me distraigo con esto que veo, no me enfado, no me enorgullezco, no me considero tuyo porque lo que veo es irreal, lo real es mucho más profundo y necesita de toda mi atención para comprenderlo”.
El monje disfrutaba con la paz de aquel lugar, tal vez como recompensa por haber estado en otros
escenarios menos gratos.
A pesar de todo, siendo monje o siendo tantas otras personalidades, siempre había reído cuando algo o alguien muy profundo le avisaba que el momento era engañoso.
¿Qué cosa haría ese día? ¿Qué vicisitudes tendría que atravesar? ¿Sería capaz de comprender la libertad de crear su propia realidad? Hacía tiempo que dejó de preguntarse ¿Por qué?. Cualquier duda le conducía irremediablemente al sufrimiento. Prefería confiar y reír. Una buena carcajada desentumecía sus cuerdas vocales, espabilaba su cabeza y avisaba a su ser más profundo de que estaba preparado para “Jugar”, para de nuevo elegir libremente ser feliz.
Sabidurías zen
Jesús Miravalles Gil
Gracias por compartir, para mi es muy importante conocer otros enfoques de la filosofía oriental como lo es el Koan,saludos.
ResponderEliminarGracias a ti rafa,por tu aportación y tu presencia.
ResponderEliminarSaludos.